Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 28 de enero de 1890
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Cassola
Número y páginas del Diario de Sesiones: 80, 2249-2253
Tema: Interpelación del Sr. Cassola sobre la solución de la crisis ministerial

El discurso del Sr. Cassola ha tenido dos conclusiones principalmente: primera, que la conciliación no se ha hecho porque yo no he querido; segunda, que a S.S. se le ha querido poner el veto.

Éstas han sido las dos conclusiones, y para deducirlas ha hecho S.S. el discurso elocuente que ha oído esta tarde el Congreso; porque lo que es para averiguar lo que ha pasado en la crisis, lo que ha sucedido en los trabajos para realizar la conciliación, y por qué ésta no se ha hecho, no ha hablado S.S. verdaderamente, puesto que ha empezado por declarar que la prensa y la opinión pública estaban perfectamente enteradas de todo lo que ha ocurrido; y si la prensa y la opinión pública están perfectamente enteradas de todo lo que ha pasado, claro es que no han de estar menos enterados los Sres. Diputados, a los que S.S. se dirigía. De manera que a mí lo que me importa es la conclusión relativa a que la conciliación no se ha hecho porque yo no he querido.

Señores, es un argumento éste que está tan fuera de la realidad, es una afirmación que está tan en contra de todo lo que la opinión pública y la prensa, como S.S. dice, saben, de todo cuanto la opinión pública ha visto en todos los trabajos referentes a la crisis y a la conciliación, que yo, se lo declaro a S.S., no me encuentro con fuerzas bastantes para rebatirlo, porque me parece que sería lo mismo que disputar que a las doce del día no hay luz.

Pero, según S.S., no sólo no se ha hecho la conciliación porque yo no he querido, cuando S. M. la Reina se dignó encargarme la formación de un Ministerio en este concepto, que eso aún podría quizá la malicia encontrar algún motivo de opinión favorable a S.S., sino que yo he estorbado la conciliación cuando de hacerla estuvo encargado el digno Presidente de esta Cámara. (El Sr. Cassola: Más todavía). ¿Más todavía? No lo comprendo; y como contra eso está la opinión pública, y la prensa y todo el mundo, no quiero entretener al Congreso rebatiéndolo; porque si después de todos los pasos que yo he dado, de los sacrificios que he hecho separándome de personas para mí muy queridas y que me habían ayudado con lealtad, y de estar dispuesto a hacer otra porción de sacrificios para que la conciliación tuviera lugar; si después de todo esto se me viene a negar en absoluto por S.S., que sabe más que nadie cuanto he trabajado por que se realizara la conciliación, ¡ah! eso, señores, no se puede tolerar; por lo menos yo no me puedo permitir discutirlo.

Que a pesar de mis esfuerzos no se ha hecho la conciliación. ¿Es que dependía sólo de mí y de mis esfuerzos? ¿Por qué no se ha hecho? Su señoría lo ha dicho: porque S.S. ha afirmado, entre otras cosas, que, en opinión de S.S., la conciliación no se ha hecho porque aún no había llegado la hora de realizarla. (El Sr. Cassola: La hora señalada por S.S.). ¿Qué hora señalada por mí, si S.S. ha empezado por declarar que desde el verano venía trabajando por la conciliación? Yo he hecho todo lo posible por la conciliación, todavía lo estoy procurando, y S.S. está haciendo ahora lo contrario de aquello que a la conciliación conviene; porque el discurso que S.S. ha pronunciado contra este Gobierno, que no ha hecho nada más que proponerse resolver aquellas cuestiones en que S.S. está interesado, como lo están todos los demás adversarios nuestros, ¿es un discurso que responde a la conciliación? ¿Responde S.S. a los deseos de conciliación atacando al Gobierno de la manera y en la forma en que lo ha hecho, y responde a los tonos pacificadores y de calma que yo estoy dando a todos mis discursos desde que han empezado las sesiones? Pues yo creo que de esta manera voy derecho a la conciliación, y S.S., con sus medios de ataque y con sus discursos violentos, hasta cierto punto, contra el Gobierno, va por el camino contrario a ella.

Yo quiero tratar bien a S.S. y a sus amigos, y S.S. se empeña en tratarnos mal; por consiguiente, ¿quién va mejor por el camino de la conciliación? ¿Es S.S., o soy yo? Y eso mismo ha ocurrido, créalo S.S., en todos los trabajos que yo he realizado y en otros más que he querido realizar para que la conciliación se verifique. No ha tenido lugar: pues yo declaro que no tengo culpa alguna, que más que S.S. lo he sentido yo.

Por lo demás, es una opinión de S.S. la de que para mí no había llegado la hora de la conciliación, y que la hora de la conciliación llegará, con objeto de que el partido liberal conserve sus poderes, cuando estas Cortes hayan de terminar sus tareas. No; cuando llegue ese caso, Dios dirá; yo he querido ahora hacer la conciliación con el deseo muy natural de que los que emprendimos juntos las reformas liberales [2249] pudiéramos llevarlas juntos también hasta el fin, en bien del partido liberal, de la autoridad de las reformas, del mismo partido conservador, de las instituciones y del país. Eso es lo único que me ha movido a realizar la conciliación, y a realizarla ahora, no cuando S.S. supone.

En último resultado, si cuando S.S. cree que yo he de considerar llegada la hora de realizar la conciliación, ésta se verificará, menos mal; siempre sería un bien, aunque no tan Grande como el que resultaría de que se hubiera verificado antes. Declaro que no lo hago con el propósito que S.S. supone, con el propósito de que el partido liberal prorrogue sus poderes; prorróguelos enhorabuena si lo merece; si no, no los debe prorrogar.

Cuando ese caso llegue, cuando el partido liberal haya concluido su misión, allí la opinión pública y la Reina decidirán lo que crean mejor para los intereses del país; entonces resolverán lo que en justicia corresponda, con arreglo a lo que cada partido merezca.

Pues bien, señores; yo creo que el discurso que el Sr. Cassola ha hecho, más que para averiguar lo que ha pasado en la última crisis, de lo cual está perfectamente enterado, o para averiguar por qué no se ha hecho la conciliación, de lo que no está ignorante tampoco, ha sido para venir a parar en lo que personalmente le afectaba, y por eso ha dado a esta parte de su discurso, como habrá observado el Congreso, la mayor importancia, tomando pretexto, como también se ha hecho en la otra Cámara, de la reseña que hizo un importante periódico de lo ocurrido en un Consejo de Ministros. Digo mal en un Consejo de Ministros, porque fue en una reunión que no merecía ya ese nombre. El Consejo de Ministros había concluido; en él habíamos acordado presentar las dimisiones a S. M., y después hubo una reunión de ocho amigos que discutieron sobre la manera de hacer la conciliación y sobre la extensión que a esa conciliación había de darse; y sobre lo ocurrido en aquella reunión, sobre aquellas conversaciones de ocho amigos, un periódico hizo una reseña, y esto es lo que ha servido de tema para entablar un debate en la otra Cámara y en ésta. Señores Diputados, así no se puede seguir; si sobre conversaciones íntimas, si sobre lo que ocurra en cada reunión de amigos se ha de entablar una discusión en ambas Cámaras, no acabaremos nunca y no nos entenderemos jamás.

En aquella reunión no ocurrió más que lo siguiente: concluido el Consejo de Ministros, donde cada uno de mis compañeros presentó la dimisión, y todos la presentaron por la conciliación y para la conciliación, hablamos, en el terreno de la más íntima amistad, de las ventajas que podíamos prometernos de la conciliación, de la extensión que debía dársele y de otra porción de cuestiones, pero ya fuera del consejo.

Emitió cada uno de mis compañeros su opinión; y viendo que todos estaban en el mejor terreno respecto de este asunto, que todos deseaban la conciliación en sus más extensos límites, acabé yo por decir: pues entonces, no ponemos a la conciliación otro límite que las conveniencias del partido, y sobre todo, el interés de las instituciones y del país. ¿Qué era esto, sino el límite máximo, el más amplio que puede consentir todo organismo político? ¿Qué organismo puede fundarse o qué organismo puede extenderse sin poner a su formación o a su extensión por lo menos esos límites determinados por la conveniencia del propio organismo y los intereses del país y de las altas instituciones? ¿Quién se puede considerar exceptuado o excluido por la determinación de esos límites? Ninguno, absolutamente ninguno de los hombres que en el partido liberal figuraban; y sólo al Sr. Cassola; que es suspicaz como yo no he visto a nadie, se le podía ocurrir que quedaba exceptuado o eliminado.

Pero es que el Sr. Cassola (permítame que se lo diga en el tono más amistoso, porque, a pesar de que S.S. quiere reñir con nosotros, nosotros no queremos reñir con S.S.), es sumamente susceptible y suspicaz como nadie; antes tenía una manía; por lo visto se le ha pasado aquella manía, y ahora le ha quedado otra, la manía del veto, que es ya en S.S. una verdadera monomanía. (El Sr. Cassola: ¿No son dos?). No, permítame S.S.; he dicho que la primera se le ha pasado, y me alegro que haya desaparecido de su imaginación, porque es sumamente peligrosa, tan peligrosa que no conozco a ninguno que la haya tenido que no haya acabado por padecer una locura incurable. (Risas.) Y aunque a la primera manía ha sucedido la segunda, ésta no tengo noticia de que ofrezca tan mal término. (El Sr. Cassola: ¿Cuál era la primera?). La primera era la manía de la persecución. (Grandes risas).

Pues bien; nadie ha puesto el veto a S.S., al menos que yo sepa, y mucho menos se lo han puesto ninguno de mis compañeros, sin embargo de que S.S. se lo ha figurado, como se figura que se lo han puesto otras personas, y por último, cree que se lo he puesto yo. No es eso, Sr. Cassola, no es eso; yo voy a ser franco con S.S., ya que pide ciertas explicaciones. Sin que nadie le haya puesto el veto, sin que nadie me haya hablado ni hecho la menor indicación de semejante cosa, yo, yo he creído que cuando había que hacer la conciliación no convenía que S.S. viniera al Ministerio de la Guerra.

Pero ésta era una opinión mía; yo he creído que era mejor en aquellos momentos para la conciliación y para todos la candidatura del señor general López Domínguez, sin que esto sea poner el veto a S.S. Todos los días está pasando que por actos, por circunstancias cualesquiera, una persona está indicada para un Ministerio más que otra, y yo quería traer aquella que, en mi opinión, estaba más indicada que otras, y en esta ocasión lo era el señor general López Domínguez. ¿Quiere esto decir nada en contra de S.S.? Dentro de un mes, o de dos meses, si me encontrase en el mismo caso, probablemente opinaría de distinta manera. (El Sr. Cassola: Pero ¿es que yo tenía interés en ser Ministro?). No; quiero decir a S.S. que, como asegura que le ponen el veto, lo único que hay es que no ha sido en esta ocasión indicado para el Ministerio de la Guerra, porque yo he creído que no era conveniente; yo he sido el que he tenido la culpa, sin que crea por eso que S.S. no es un buen Ministro de la Guerra; he dicho siempre lo contrario; pero también creo, por ejemplo, que yo no haría un mal Ministro de Fomento por la práctica que ya tengo de gobierno, por mis estudios especiales y por otra porción de circunstancias; sin embargo, puede haber momentos en que no deba venir al Ministerio de Fomento y sea más conveniente que lo desempeñe otra persona que no tenga ni las circunstancias ni las condiciones [2250] que yo. En suma, que yo lo que quiero es quitar a S.S. la manía del veto.

Figúrese el Sr. Cassola que en efecto, en aquella reunión o en otra, y tratándose como se trataba de una reunión de amigos, hubiera dicho alguien que no era conveniente que S.S. fuese Ministro; más aún, que S.S. era un peligro en el Ministerio. ¿Por dónde puede darse S.S. por molestado porque se diga de él lo mismo que S.S. dice de otros? (EI Sr. Cassola: No me molesta). Pues entonces, si S.S. no se da por molestado, ¿para qué viene a entretener al Congreso con esas quejas? Muchas veces ha dicho S.S., y lo han repetido los periódicos adictos a S.S. y los amigos de S.S., que yo era aquí un peligro, y yo me he guardado muy bien de entretener al Congreso ni al Senado con esta cuestión. Su señoría cree que soy un peligro; procuraré demostrar que no es exacto; pero no me considero en el caso de entretener al Congreso ni al Senado con esa opinión de S.S. ¿Es que S.S. puede decir de mí lo que yo no puedo decir de S.S., y debe venir a la Cámara a entretenerla con estas verdaderas menudencias? Su señoría debe dar por completamente terminado este asunto, sabiendo que nadie le ha puesto el veto. ¡Dios me libre de poner el veto a S.S.! porque S.S. es un gran Ministro, y por si acaso tuviera yo que acudir algún día a sus servicios, no quiero ponerme mal con S.S., y quiero dejarle en la esperanza de que eso suceda; lo cual no quita para que yo siga creyendo que en esos momentos no era conveniente la entrada de S.S. en el Ministerio.

Voy a hacer otra declaración que demostrará que no es cierto nada de lo que S.S. ha supuesto, y es, que S.S. es la primera persona con quien yo traté de la conciliación. Si hubiera habido veto por mi parte, o por parte de mis amigos, me habría guardado bien de empezar la conciliación con S.S., conciliación que he intentado varias veces; pero no siempre lo que se intenta se consigue.

La primera vez que yo hablé con S.S. de la conciliación, tratamos de las reformas militares y de los medios que había para transigir algunas diferencias pequeñas, porque diferencias esenciales no existían entre S.S. y yo, como no las hay tampoco ahora entre S.S. y el Gobierno. (El Sr. Cassola: Que yo quiero que se hagan las reformas). También quiere el Gobierno que se hagan; lo que hay es que no todo se puede hacer. El Gobierno está conforme con las reformas militares; pero en ellas, fuera de lo que atañe a la oficialidad y al ejército, hay reformas sociales de gran trascendencia, que es necesario realizar con un gran espíritu de transacción, y S.S. recordará lo que entonces se trabajó para que se hiciera de acuerdo con todos los partidos. El Gobierno piensa hoy como pensaba entonces; ahí han quedado las reformas de S.S., las relativas al servicio militar obligatorio y a la división territorial; el Gobierno opina como antes? (El Sr. Cassola: ¿Por qué no se hacen?). Porque no se puede. Pues qué, ¿vamos a sacrificar todas las demás reformas que tenemos pendientes a las militares? ¿No hemos sacrificado las reformas esencialmente liberales a las reformas militares, que al fin y al cabo salieron, contra la opinión de S.S., que creía que no iban a salir, que no iban a ser aprobadas? Pues en eso llevó S.S. un gran desengaño. Y ahora, ¿hemos de sacrificar todas las demás, el sufragio universal, los presupuestos, el Código penal, la organización de los tribunales y otra porción de reformas importantísimas que tenemos pendientes de aprobación; hemos de sacrificarlas todas, repito, a las reformas militares? Pues qué, ¿cree S.S. que si no hubiéramos dedicado tres legislaturas casi enteras a las reformas militares, estaríamos tan atrasados como lo estamos hoy en las reformas políticas, y que hace tiempo no sería ley el proyecto de sufragio universal? ¿Quiere S.S. que, después de todo esto, sacrifiquemos las que aún tenemos pendientes, al servicio militar obligatorio y a la división territorial militar? Esto me parece que es una exigencia verdaderamente extremada.

Por lo demás, con aquellas transacciones patrióticas con que aquel Gobierno aceptó esas reformas, está este Gobierno dispuesto a aceptarlas también; y acuérdese S.S. de que yo siempre le dije que se pusiera de acuerdo con los jefes de las oposiciones, con alguno de los cuales me parece que ya lo estaba respecto de una de esas dos reformas. Con esas grandes transacciones, señor general Cassola, cuando haya tiempo se discutirán y se aprobarán, y cuando se discutan y se aprueben se plantearán. Por consiguiente, no puede pedir más S.S.; porque lo demás, no es que seamos contrarios a las reformas del señor general Cassola, sino que no las podemos realizar por falta de tiempo y porque hay otras cosas a que atender. De manera que en este punto S.S. no ha tratado bien a este Gobierno, porque este Gobierno no suspende nada, ni mucho menos se vuelve atrás, sino que hace lo que puede. Es más, si nosotros dijéramos ahora: vamos a dar gusto al señor general Cassola y a discutir las reformas militares que hay pendientes, anteponiéndolas a todo otro proyecto de ley, sus mismos amigos se pondrían en contra de S.S. y en contra del Gobierno.

En las cuestiones económicas, ¿qué diferencia hay entre S.S. y nosotros? Entiendo que no hay ninguna: S.S. quiere lo que quiere este Gobierno, y quiere lo que pretenden el Sr. Gamazo y sus amigos. En eso, pues, queremos todos lo mismo y todos vamos al mismo fin. No se necesita más que buen deseo para venir a un acuerdo, y a ese acuerdo se vendrá, porque hay deseo de que se venga; y el que no venga a él será porque no tenga deseos de avenirse. De manera que en la cuestión económica tampoco estamos en desacuerdo.

Por lo demás, respecto a lo de la precaución, que ahora se ha hecho de moda, de eso no hablamos cuando S.S. fue Ministro de la Guerra, porque eso ha venido después. Si eso quiere significar la proporcionalidad en los ascensos, estamos conformes; siempre hemos defendido lo mismo, y hoy estamos dispuestos a defender lo que siempre defendimos. No hay, pues, esas diferencias que S.S. quiere ver; la única que existe es en la manera de apreciar las cosas. Su señoría las aprecia siempre haciendo de cosas pequeñas abismos grandes; yo procuro hacer de los abismos pequeños hoyos, y así es más fácil entenderse, porque cuando dos se quieren entender, lejos de aumentar las dificultades, procuran disminuirlas. Vea, pues, el señor Cassola la diferencia que hay entre el que verdaderamente quiere la conciliación y el que pone dificultades para que se realice. Si esto mismo ha sucedido en los trabajos que se han practicado estérilmente, yo no lo sé, porque yo dije desde el primer día que no quería culpar a nadie; pero también he dicho [2251] siempre que no excluía a nadie para que la conciliación tuviera lugar.

Debo ocuparme, porque esto es personal, de la entrevista a que S.S. se ha referido cuando tuve la honra de llamarle para consultarle y darle noticias de cómo llevaba yo los trabajos de conciliación. No le hablé a S.S. entonces de coincidencia de ideas, ni de transacción de doctrinas, porque yo entendía entonces, como entiendo ahora, que en eso estamos de acuerdo y no había necesidad de volver a hablar sobre eso. Yo llamé exclusivamente a S.S. sabiendo los propósitos que tenía de conciliación y sus buenos deseos, para que me ayudara a realizarla; por eso referí a S.S. los pasos que llevaba dados y las dificultades que encontraba, a fin de que S.S., que la quería como yo, me ayudara a resolver esas dificultades. Pues bien; una de las dificultades que yo tenía entonces para la constitución del Ministerio, era que el Sr. López Domínguez se negaba a entrar en el Ministerio de la Guerra; y una de las cosas que yo quería de S.S., era que me ayudara a convencer al señor López Domínguez para que aceptara la cartera. Después de una larga conversación en que yo fui dando cuenta a S.S. de todos los pasos que había dado, de cómo yo había buscado al general López Domínguez para que se pusiera de acuerdo con el Sr. Gamazo en la cuestión de Hacienda y en la cuestión militar, que eran dos cuestiones que había que armonizar; después de las dificultades que le expuse que había encontrado y de las resistencias que me oponía el general López Domínguez, yo quería hablar a S.S. para que me ayudase a vencer esas resistencias, lo mismo por parte del general López Domínguez que por parte del Sr. Gamazo.

En esto vino el general López Domínguez, a quien me había tomado la libertad de molestarle citándole para tener con él una conferencia, y S.S., por lo visto, no tuvo a bien continuar la suya o decirme allí delante del general López Domínguez, lo cual no hubiera tenido nada de particular entre tres amigos; no quiso decirme nada; y se marchó a poco de haber llegado aquel general, escribiéndome después la carta a que S.S. se ha referido. Como realmente la carta no era más que la contestación que S.S. me podía dar a las indicaciones que yo le había hecho, declaro que creí que no necesitaba respuesta; y como en ella no me daba S.S. grandes esperanzas para la conciliación, me contenté con darme por enterado, ni más ni menos. (El Sr. Cassola: ¿No tenía nada que rectificarme?). Tenía que rectificar lo del veto, porque también me hablaba S.S. de él; pero como yo ya sabía que ésa es una monomanía de S.S., no me tomé la molestia de decirle lo que le he dicho esta tarde, y porque, además, ya le había dicho muchas veces que no había semejante veto.

Por todo esto deducía S.S. que yo podría querer la conciliación, pero que la quería con todos, menos con S.S. No es verdad, Sr. Cassola. ¿No fue S.S. la primera persona a quien quise hablar de la conciliación? Si con la base de la benevolencia de S.S. empecé a dar otros pasos, ¿cómo no había de contar con S.S. para la conciliación, y por qué había de quererla con todos, menos con S.S.?

Yo quería la conciliación con S.S., la creía necesaria; por eso me dirigí a S.S., por eso le pedí que me ayudara, y que me ayudara para la conciliación en aquel momento, a fin de que el general López Domínguez entrara en el Ministerio de la Guerra, porque yo creía que era un elemento de paz en aquel momento. (El Sr. Cassola: ¿Era yo de guerra?). No lo era de guerra S.S., pero no era tan de paz como el general López Domínguez en aquel instante. Esto no quiere decir nada en contra de S.S., porque a mí me ha pasado eso muchas veces, que no he podido ocupar un puesto porque otro lo llevaba con más elementos que yo en un momento determinado y para circunstancias especiales, y en aquel instante a que me refiero yo creía que me servía mejor el general López Domínguez y que servía mejor al Ministerio de conciliación que S.S.

Ha terminado S.S. diciendo que este es Gobierno de tránsito. Este Gobierno es un Gobierno como el anterior; es un Gobierno del partido liberal, que viene a realizar la obra del partido liberal, que viene a terminarla, y se cree con la misma autoridad, con el mismo derecho, con el mismo apoyo con que contaba el Ministerio anterior. Tiene sobre el anterior una ventaja: que siendo como es representante del partido liberal en el Poder, y teniendo su mismo programa, viene hoy con el programa de la paz para todos los elementos liberales. Está dispuesto a aceptar el apoyo de todos los liberales y a considerar que con este apoyo, que significará coincidencia; que con este apoyo y con esta coincidencia la conciliación que no se ha podido hacer por otros medios se logrará por éste, porque se puede hacer por este camino y pronto. Es decir que este es un Ministerio de paz, no de guerra; no viene a luchar, como tenía que luchar el otro, contra elementos que se le habían separado. Ya se olvidó de todo lo que ha pasado, y lo que viene es a predicar la paz entre aquellos amigos que con razón o sin razón se marcharon, y que desea que vuelvan al partido liberal, para que terminemos todos la obra que juntos emprendimos.

Ha acabado S.S. diciendo que como este es un Ministerio de Paso y que no tiene más misión que la de dar por terminados los presupuestos y el sufragio, así que termine estos dos proyectos de ley el Ministerio está demás y la opinión pública se opondrá a que continúe. Ésa es una opinión, y no me parece que en este punto represente S.S. la opinión pública. Ya lo veremos cuando llegue el caso; y cuando estos proyectos se hayan terminado, y cuando el partido liberal haya concluido sus reformas, yo soy bastante leal, y franco para no oponer dificultad ninguna, sino facilitar todo lo que pueda aquello que la opinión pública reclame. (El Sr. Cánovas del Castillo: Lo que S. M. la Reina determine). Señor Cánovas del Castillo, ¿es que cree S.S. que S. M. la Reina puede hacer nada ni ha de decir nada contra la opinión pública? (Muy bien, muy bien. -El Sr. Cánovas del Castillo: La Reina tiene un derecho libérrimo). ¡Sí, la expresión de la opinión pública?! (El Sr. Espinosa: ¡Qué opinión pública! Sobre todo está la ley fundamental del Estado).

Yo entiendo, Sres. Diputados, que en estos debates es más respetuoso hablar de la opinión pública que de la Reina. (Varios Sres. Diputados: Muy bien. -Rumores. -Interrupciones). Pero, en fin, no vayamos por eso tampoco a disputar. Yo entiendo que entonces la Reina, en su alta sabiduría... (El Sr. Cánovas del Castillo: Eso es). Pues ésa es la opinión pública. Pero ¿es que suponéis que la Reina va a estar enfrente de la opinión pública? (El Sr. Cánovas del Castillo: Nosotros no suponemos nada; el respeto es lo [2252] que queremos. -Rumores. -El Sr. Cánovas del Castillo: Lo que dice la Constitución del Estado, ni más ni menos). Como no tengo ganas de pelear, paso por eso, y no entremos en un debate acerca de lo que significa la opinión pública en el sentido en que yo la he traído a discusión y lo que significa la Regia prerrogativa. Paso por eso, y si quiere el Sr. Cánovas del Castillo, le doy a S.S., todavía, para darle más gusto, patente de más monárquico y de más dinástico que yo. (El Sr. Cánovas del Castillo: No la necesito.). Pues parece necesitarla S.S. cuando tanto se esfuerza en ello. A mí me basta con que, incluso S.S., sean todos tan monárquicos y tan dinásticos como yo. Si hay alguien que quiera y que pretenda serlo más, no sólo no me incomoda, sino que me halaga, y de eso me felicito. (El Sr. Cánovas del Castillo: Está muy bien; a mí me gusta serlo como yo lo soy). Y a mí como lo soy yo. Pero, en fin, entonces la Regia prerrogativa, S. M. la Reina Regente, atenta siempre a las pulsaciones y a las aspiraciones del país, determinará lo que ha de pasar y el partido que ha de seguir gobernando al país, y otorgará a cada cual su merecido. Que el partido liberal se conduzca bien, que se conduzca bien, como espero, el partido conservador, y aquel que mejor obre, aquel obtendrá lo que merezca de parte de S. M. la Reina y de parte de la opinión. [2253]



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